Estadio Panathinaikó, nuestra Ítaca particular

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Uno de los mensajes verdaderamente importantes que aprender de La Odisea es que tan importante como llegar a tu meta es vivir el camino que te lleva hasta ella. Al igual que Ulises (Odiseo) emprendió su camino para llegar a la isla de Ítaca, los maratonianos de Atenas tenemos la nuestra propia en el Estadio Panathinaikó, el Kalimármaro.

Después de bajar la calle Herodes Ático, rodeando los Jardines Nacionales, donde se agolpa el público empujando con sus gritos de ánimo, la visión de esas gradas de mármol blanco te transporta a cualquier otro tiempo de la historia de la Grecia Clásica. Es posible que sientas lo mismo que Ulises al ver frente a la proa de su barco su ansiada Ítaca. Pero lo que realmente da valor al abrazo de Telémaco al reconocer a su padre, o al colgarte al cuello la maravillosa medalla con forma de estadio, son todas las penurias que habéis debido pasar para llegar hasta ese momento. Entonces el hogar o una meta se convierten en lo único que tiene sentido en ese momento.

Al hacer tu inscripción en la carrera has comprado tu billete de salida a Ítaca. Aunque no lo sepas ya estás a bordo de un barco y tendrás que pasar una Odisea que ha comenzado sin que seas consciente de ello. Tu viaje no empieza en la salida del pueblo de Maratón, ha empezado ya. La vives en cada entrenamiento que haces. En cada hora que le robas a tu familia. En cada dolor en las piernas. En cada baño de agua fría. En cada sabor a sangre en la garganta después de terminar un día de series.

Todo maratoniano sabe lo que significa una medalla. Deja de ser un trozo de metal para convertirse en un interruptor que enciende un torrente de recuerdos y sensaciones vividas durante la carrera. El poso que deja en tu mente este monumento hará reconciliarte con el maratón allá donde estés, porque ya no sólo eres un corredor que es capaz de recorrer 42.195 metros. Has finalizado el maratón original, El Auténtico, y eso te hace diferente al resto. No serás mejor ni peor que otros, sólo serás diferente. Y lo sabrás cuando pises la pista negra, atravieses el arco de llegada y Penélope deje de destejer por las noches para darte un abrazo.

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